La primera lectura de hoy de Isaías es una profecía sobre los sufrimientos de Cristo. Escrita siglos antes de Jesús, al profeta se le concedió vislumbrar la agonía de Nuestro Señor y ver que el futuro Mesías nos salvaría mediante el sufrimiento. Sin embargo, es sorprendente hasta qué punto el pueblo de Israel ignoró estas profecías. Cuando llegó Jesús, sólo podían imaginar a un salvador “exitoso” que les salvaría mediante un evidente triunfo político y militar, liberándoles de los romanos y convirtiendo a Israel en una nación poderosa. La salvación era visible, bienestar externo, “éxito”.
Pero hoy nos señala la realidad de la victoria de Cristo. Vemos a Jesús clavado en la Cruz, sufriendo, agonizando y muerto. En términos humanos, esto no tiene nada de triunfo. Pero sabemos que éste es el verdadero triunfo de Jesús, y que a través de este sufrimiento y muerte, Cristo resucitará para vencer definitivamente al pecado y a la muerte. Lo sabemos, pero tal vez en teoría y no en la práctica, porque cada vez que nos sobrevienen sufrimientos y reveses, en lugar de aceptarlos como participación en la Cruz de Cristo, nos quejamos. Quizá también nosotros vemos la salvación como un éxito.
Esto es lo que Isaías nos dice de Jesús: “Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado”. Jesús tomó sobre sí nuestra fealdad. No nos gusta pensar que un día podamos perder nuestra belleza; no nos gusta envejecer o enfermar o tener que cuidar a un enfermo… Esto no es “éxito”. Vemos el éxito como el logro continuo de una mejor situación material y financiera, sin grandes problemas ni preocupaciones en la vida. Buscamos formas de “alfombrar” o “amortiguar” la Cruz.
Pero Jesús nos dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16, 24). Debemos buscar y abrazar la Cruz, no tratar de esquivarla. Jesús vino a la tierra a buscar la Cruz, no a esquivarla, como acabamos de leer en el largo relato de su Pasión. Quizá tengamos que aprender que el éxito no es un término importante para el cristianismo. El éxito terrenal puede hacernos bien o mal, depende de cómo lo utilicemos.
Generalmente, la Cruz vendrá a nosotros en pequeñas cosas y tenemos que saber abrazarla. Y al hacerlo, somos bendecidos y hacemos nuestra pequeña contribución a la salvación del mundo.