Podemos encontrarnos como san Pedro y san Juan que “Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”. Podemos dudar o no creer realmente, en la práctica, que Jesús ha resucitado, que la vida ha vencido a la muerte, que la gracia ha vencido al pecado. La creencia en la Resurrección de Cristo no ha penetrado en nuestros corazones y en nuestras vidas.
Como las mujeres, podemos preguntarnos: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”. ¿Quién tiene el poder de superar los obstáculos aparentemente insuperables del mundo actual? ¿Cómo puedo yo -tan constantemente egoísta, la piedra más dura yo mismo- pasar de la dureza de corazón al amor? ¿Quién puede resucitar en mí a Cristo, aparentemente muerto, para que viva en mí y yo en él?
Y en medio de una sociedad secular que parece cada vez más ridículamente hostil a los valores cristianos, en la que la fe puede parecer cada vez más carente de sentido, ¿no está Cristo de hecho muerto, o al menos moribundo?
Pero a pesar de tantos problemas, Jesús se niega a permanecer en la tumba. Sí, hoy hay muchos sumos sacerdotes que querrían mantenerlo allí, sellado, y mantener el cristianismo encerrado o confinado en la sacristía. Pero Jesús se niega a permanecer muerto. A pesar de tantos ataques al cristianismo, a la Iglesia, a pesar de tantos pecados de los propios cristianos y de tantos escándalos, Jesús sigue saliendo del sepulcro, demostrando que su gracia y su amor son más poderosos que todas las fuerzas del mal.
A pesar de todo, la gracia y el poder de Cristo siguen actuando en la sociedad actual y en nosotros. Este año es un Año Jubilar de la Esperanza y una de las cosas más llamativas del catolicismo es su esperanza. Puede que no nos demos cuenta, pero tenemos una visión profundamente positiva de la vida. Creemos -incluso cuando pensamos que no- que hay un Dios bueno que nos ama, que es nuestro Padre, que envió a su Hijo amado para salvarnos, que la gracia actúa en el mundo y que, en última instancia, el bien triunfa sobre el mal.
Puede ser útil compararlo con la visión que a menudo encontramos en la sociedad, que en el mejor de los casos ofrece una especie de redención secular, una tenaz determinación de seguir adelante a pesar de todo. Pero nosotros esperamos mucho más: a pesar de nuestros muchos pecados, creemos en el perdón y la gracia de Dios para sanarnos y tener una esperanza profunda y duradera.
Así, podemos afirmar con verdad que Cristo está vivo. Ninguna estructura humana, ningún poder del mal, ni siquiera nuestra debilidad, pueden encerrar a Cristo en el sepulcro: nada puede frenar la fuerza explosiva de la Resurrección.