Nunca olvidaré aquel 3 de noviembre de 2012 cuando, en la catedral de Valencia, dentro del primer Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, organizado por la Conferencia Episcopal Española, pronuncié una ponencia con el título de “La evangelización de los jóvenes ante la emergencia afectiva”. El subtítulo de la charla especificaba con más detalle el contenido de la reflexión: “Narcisismo, pansexualismo y desconfianza, las tres heridas que han de ser sanadas”. Al instante de concluir mi charla, un sacerdote se acercó a decirme: “¿Es usted consciente de que ha descrito en su charla, no solo las heridas de los jóvenes de nuestros días, sino las de los mismos sacerdotes?”. A lo que yo le respondí: “¡Y también las heridas de los obispos, de los matrimonios y del conjunto de la sociedad! El problema no es generacional, sino que nos ha alcanzado a todos”.
La repercusión de una conferencia
A lo largo de mis 18 años como obispo, he impartido cientos de reflexiones sobre temas ligados a la evangelización y la vida espiritual, pero ninguna ha alcanzado tanto eco como aquella reflexión referida a la “emergencia afectiva”. La explicación era simple: habíamos puesto el dedo en la llaga; y no solo resultaba ser la cresta de la ola, sino el problema de fondo. Estábamos todavía en los inicios del pontificado del Papa Francisco, y la denuncia de la emergencia educativa realizada ya entonces por Benedicto XVI se manifestaba ahora, en toda su crudeza, en la emergencia afectiva generada por la pérdida de sentido de una sociedad secularizada.
Pero, obviamente, de poco serviría realizar el diagnóstico de los males, si éste no fuese acompañado de propuestas concretas para sanar nuestras heridas y para alcanzar la madurez humana. La respuesta de fondo tiene un nombre propio: Jesucristo. Así lo quise subrayar en la frase con la que concluí aquella intervención en Valencia: “¡El corazón no es de quien lo rompe, sino de quien lo repara! Es decir, el corazón del joven es del Corazón de Cristo”. Esta afirmación alcanza particular actualidad tras la reciente publicación de la encíclica Dilexit Nos, en la cual el Papa Francisco nos pide que interpretemos su magisterio precedente desde la clave del Corazón de Cristo. En efecto, el Corazón de Jesús no solo es la escuela humana del amor divino, sino que también es la escuela divina del amor humano. Es decir, Jesús no solo nos enseña que Dios es amor, sino que también nos enseña a nosotros a amar. Estamos ante un ejemplo práctico en el que se muestra cómo el mensaje cristiano integra lo natural y lo sobrenatural.
Una propuesta
Entre las propuestas concretas que realicé en aquella ponencia, subrayé la necesidad de coordinar la pastoral familiar, educativa y juvenil, para poner en marcha una educación afectivo-sexual en sintonía plena con la antropología cristiana y la moral católica. Se han dado muchos pasos, pero estamos todavía muy lejos de una implementación generalizada de la educación afectivo-sexual en todos nuestros ámbitos. Aunque parezca increíble, todavía vemos instituciones de titularidad católica que ponen en manos de las administraciones públicas esta formación.
A la hora de afrontar la educación afectivo-sexual, no cabe duda de que es importante tener en cuenta la dimensión emocional, pero quizá hoy en día estamos ante el riesgo de una excesiva psicologización de la educación. Es un error cifrar toda la educación afectivo-sexual en cómo nos sentimos, olvidando la importancia de la responsabilidad moral ante nuestras acciones, en coherencia con la vocación al amor que nos descubre la revelación de Jesucristo.
Obispo de Orihuela-Alicante