Toledo ha sido la sede Primada de España desde los tiempos de la Iglesia visigoda hasta la actualidad, es decir desde el precursor, la conversión de san Hermenegildo mártir y, consiguientemente, con la coronación de Recaredo su sucesor, ya como primer rey católico en Hispania.
En los trabajos de Crhistopher Dawson y de José Orlandis, los grandes medievalistas europeos del siglo XX, quedó suficientemente asentado que la conversión de las nuevas naciones al cristianismo, después de las invasiones bárbaras, se realizaría a raíz de la conversión al cristianismo de los respectivos monarcas. Una vez incorporada a la Iglesia la cabeza, era natural que sus nobles y el pueblo le siguieran.
En el fondo, era reproducir el sistema de la conversión de Constantino en el año 313 cuando la Iglesia dejó de ser perseguida y obtuvo carta de naturaleza y pudo volver a trabajar y servir a las almas con normalidad y naturalidad.
Evidentemente, en ambos casos, la Iglesia corrió el peligro de ser manipulada por el Estado y dominarla en el cesaropapismo y aplicar el poder civil a la vida de la Iglesia. Una vez más, el Espíritu Santo protegió en muchos momentos a esa Iglesia naciente o que había recuperado la capacidad de servir a todas las almas.
Una evangelización lenta
Lógicamente, la historia ha demostrado que la nueva evangelización de aquellas tierras y valles fue muy lenta pues los nobles visigodos no actuaban al unísono, como los de otras naciones, y cada vez que un rey fallecía volvía a reproducirse el problema de la sucesión hasta que el nuevo rey era admitido por los nobles del reino.
Asimismo, la Iglesia arriana no cedió fácilmente su influencia en los reyes y nobles y casi puede decirse que las conversiones se fueron dando provincia a provincia y valle a valle. De hecho, la rápida extensión del Islam en la península Ibérica se debió, sin duda, a que en muchos lugares los habitantes prefirieron el yugo del Islam que no creía en la divinidad de Jesucristo con todo lo que eso implicaba, a la conversión al cristianismo y la dependencia de los nuevos señores.
La conversión del pueblo visigodo vino propiciada indirectamente, por el rey Leovigildo (573-586), quien intentará llevar a cabo la unidad nacional y religiosa en torno a Toledo y a la religión arriana, con esto dos objetivos pensaba convertir Hispania en una nación fuerte y culturalmente poderosa.
Desde el siglo VI hasta finales del siglo XX, el centro intelectual de la Península Ibérica se transformó en el núcleo religioso y cultural de España, desde donde Leovigildo (573-586) intentaría más tarde consolidar la nueva unidad nacional.
Los nobles católicos de España
Leovigildo descubrió que para poder llevar a cabo la fusión de aquellos pueblos tan distintos y variados en tan amplio territorio necesitaba apoyarse en los nobles católicos, dotados en general de un mayor espíritu y cultura que los arrianos.
En estos datos se apoyan las fuentes para mostrar que en realidad el dominio de los visigodos en muchas partes de Hispania era un dominio político y por la fuerza de las armas, pues el poder cultural y religioso era mucho mayor entre los descendientes de los romanos que habían sobrevivido a la invasión. Una prueba más de que los visigodos, lejos de destruir la civilización anterior, habían sido vencidos, subyugados y moldeados por esa civilización que tanto los deslumbraba y que no habían sido capaces de aniquilar.
El rey Leovigildo era arriano convencido y pretendió lograr que los nobles cristianos, mediante pactos y alianzas, se convirtieran al arrianismo con el clero y el pueblo cristiano. Por otra parte, enseguida fue consciente de que estaba rodeado por los francos, los suevos y los bizantinos del sur de la Península, todos ellos católicos y enemigos de los arrianos invasores.
Al encontrar una oposición completa a sus planes en los pueblos vecinos y en el interior del suyo, intentó lograrlo a través de amenazas y persecuciones violentas que, como veremos seguidamente, enardecieron a los cristianos en la defensa de sus tradiciones.
San Hermenegildo, mártir
A la oposición de los nobles cristianos se unió la de los obispos, especialmente la de Masona, obispo metropolitano de Mérida, en una región de Hispania profundamente cristiana, con tradiciones muy antiguas y la veneración de mártires y santos como santa Eulalia. Asimismo, se sumó san Leandro, el arzobispo de Sevilla, otra de las grandes iglesias desde la época romana.
Masona, particularmente querido por el pueblo cristiano, por intriga de los obispos arrianos fue desterrado al norte de Hispania, mientras que san Leandro logró hacerse fuerte en Sevilla y resistir. No olvidemos que procedía de una familia bizantina instalada en Cartagena desde donde se había trasladado a Sevilla. En el 578 fue nombrado arzobispo de la ciudad y en pocos años se hizo cargo de la sede arzobispal. Logró aglutinar a todas las autoridades junto a él, por el prestigio cultural, económico artístico y educativo.
San Leandro conecta en Sevilla con Hermenegildo, el hijo de Leovigildo a quien su padre encarga el gobierno de la Bética. Los intentos de Leovigildo para que su hijo Hermenegildo (564-585) neutralizara la labor del arzobispo se volvieron del revés, pues tanto Hermenegildo como su esposa Ingunda (+579), que era católica pertenecían a la nobleza de los francos, comenzaron a apoyar las ideas del arzobispo y se entregaron de lleno a expandirlas por toda la provincia. Finalmente, Hermenegildo fue bautizado el 16 de abril y se convirtió en cristiano.
El problema fue que Hermenegildo, seguramente engañado por sus consejeros, se levantó en armas contra su padre ayudado por un buen número de católicos; por los suevos, del norte que hacía poco se habían convertido, y por los bizantinos, que ocupaban la provincia cartaginense. Poco tiempo después fue derrotado y capturado por su padre que pretendió obligarle a apostatar de la fe.
Diferencia de opiniones
Las crónicas de la época no coinciden en sus opiniones. Por ejemplo, el monje Juan de Bíclaro, también llamado el Biclarense, habla de “rebelión y tiranía”. San Isidoro tiene palabras de elogio para Leovigildo por haber sometido a su hijo, “que tiranizaba el Imperio”; y ambos se duelen de los grandes males que llevó consigo la guerra tanto para los godos como para los hispanorromanos.
El hecho es que Hermenegildo fue hecho prisionero. Lo llevaron primero a Valencia y luego a Tarragona, donde en el año 585 fue ejecutado por negarse a comulgar de manos de un obispo arriano. Sin duda, con su martirio eliminó cualquier posible culpabilidad, y pronto el pueblo comenzó a venerar su memoria. Su culto fue posteriormente confirmado por los Pontífices Romanos, y fue canonizado el 15 de abril de 1585, mil años después de su martirio. Su festividad se celebra el 13 de abril.
Tal vez, el remordimiento, el gesto heroico de la resistencia o el evidente fracaso de su política de unificación llevaron al rey visigodo Leovigildo a un mejor entendimiento en sus últimos días. Según la “Crónica” de Máximo de Zaragoza, Leovigildo habría abrazado el catolicismo antes de morir y recomendado a san Leandro que trabajara por la pronta conversión de su otro hijo y sucesor, Recaredo. Pero ni san Isidoro, ni el Biclarense hablan de ello y la “Vida de los Padres emeritenses” sigue diciendo que murió en el arrianismo.
Recaredo, primer rey católico de España
El reinado de Recaredo fue calificada por las crónicas de la época como un tiempo de paz y de unidad para el pueblo visigodo, pues con su conversión al cristianismo y su nombramiento como rey la monarquía cristiana de Hispania se uniría a las de Francia y otras naciones para abrir la Europa de las nacionalidades que desembocaría en la cristiandad medieval, como sería conocida desde la “era isidoriana”.
Indudablemente los partidarios de la unión del “trono y del altar” que tantos sufrimientos acarrearía a la Iglesia a través de los tiempos, han visto en este tiempo su momento fundacional. Sabemos que la unión no fue plena, lógicamente pues el Estado y la Iglesia tienen sus ámbitos distintos y sus medios completamente diferentes de gobernar.
Por otra parte, la cristianización de España y la unidad religiosa nunca fue completa y menos en aquella época, pues los arrianos reticentes a su conversión comulgaron con los musulmanes que también niegan la divinidad de Jesucristo.
En el 587, Recaredo reunió a los obispos arrianos y les propuso lisa y llanamente la conversión. El hecho fue que bastantes lo hicieron y los demás no fueron desterrados sino despojados del apoyo del estado. De hecho, los escasos medios materiales de los que disponía el rey se entregaron para desarrollar y construir templos católicos en los lugares donde el obispo se negó a convertirse. Esto produjo algunas sublevaciones, que más obedecieron a razones políticas que a causas religiosas.
Consejo de san Isidoro
Cuando el Papa san Gregorio Magno conoció la conversión de Recaredo, como a otros monarcas en casos semejantes, le envió una preciosa carta: “No soy capaz de expresar con palabras cuánto me alegran tu vida y tus obras. Me he enterado del milagro de la conversión de todos los godos de la herejía arriana a la verdadera fe, que se ha realizado por medio de tu excelencia. ¿Quién no alabará a Dios y no te amará por ello? No me canso de contar a mis fieles lo que has hecho y de admirarme con ellos. ¿Qué diré el día del juicio si llego con las manos vacías, cuando tú llevarás una inmensa muchedumbre de fieles tras de ti, convertidos por tu solicitud? No dejo de dar gracias y gloria a Dios, porque me hago partícipe de tu obra, alegrándome por ella”.
El Biclarense traza un paralelo entre el rey de los visigodos, Recaredo, y los emperadores romanos, Constantino y Marciano: como hicieron ellos, no sólo se convierte él, sino que lleva consigo la conversión de los pueblos de su propia estirpe germánica.
El consejo de san Isidoro consistió sobre todo en no forzar las conversiones de los obispos, sacerdotes y el pueblo arriano, bastaba con vivir él su propia fe y esperar que, con la plenitud de la revelación y la felicidad consecuente, fueran muchos otros los que se convirtieran.