Si miramos a nuestro alrededor comprobaremos que no son pocos los hermanos que hoy viven como si Dios no existiera. Como si muerto Jesús en la Cruz hubiera muerto Dios con Él. Como si los dos de Emaús no hubieran vuelto a Jerusalén corriendo como locos después de sentir como ardían sus corazones.
Si miramos a nuestro alrededor veremos matrimonios luchando con sus propios medios por no naufragar en medio de las olas. No entienden qué les pasa. ¡Con lo que nos queríamos hace unos años!
Si miramos a nuestro alrededor observaremos que se emprenden muchas buenas obras sin contar con el Dios de esas obras. Proyectos buenos que surgen de nobles corazones se olvidan del que pensó antes que ellos en esa brillante idea.
Si miramos a nuestro alrededor intuiremos que ese caminar de muchos con la mirada en el suelo, sin saludar al que pasa a nuestro lado, es consecuencia de haber olvidado que hemos sido llamados a vivir mirando al cielo.
Si miramos a nuestro alrededor nos cruzaremos a diario con caras tristes y aburridas que no saben o no quieren sonreír. Personas a las que dan ganas de gritarles: ¡Se puede ser feliz!
Si miramos a nuestro alrededor encontraremos que no son felices aquellos que tienen todo para ser las personas más felices del mundo y al revés, veremos rebosar alegría y esperanza en los rostros de quienes menos suerte han tenido.
Ha llegado la hora de volver a recordar al mundo aquello que con tanta claridad dijo un día Nuestro Señor: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mi y yo a él, ese da mucho fruto. Pues sin mi nada podéis hacer”. ¿Nada? Eso es, nada.
Ha llegado la hora de hacer saber a todos que tenemos un Padre que nos ama, que está loco de amor y que tiene contados hasta el último de nuestros cabellos. Un Padre que es feliz cuando sus hijos vuelven a Él para, desde el rincón más íntimo de sus almas, reconocer que contamos con su ayuda para todo y recordar, una y otra vez que no estamos solos.
Misionero laico y fundador de Mary´s Children Mission.