Ahora que tenemos un papa agustino, León XIV, que refleja en su escudo el corazón ardiente de san Agustín, es un buen momento para releer el extraordinario libro de las “Confesiones” de san Agustín.
Quiero recordar la magnífica edición que elaboró Pedro Antonio Urbina para ediciones Palabra y proporciona a muchos cristianos un encuentro personal con uno de los padres de la Iglesia más importante de la historia.
Cuando el Santo Padre León XIV sacó a colación el día de su elección en la Plaza de san Pedro que era hijo de san Agustín, estaba llamándonos a todos los cristianos a una conversión nueva, a una conversión al amor, como hizo el santo de Hipona.
Los primeros mensajes del nuevo santo Padre fueron, como recordamos todos, una llamada a la búsqueda incesante de la paz en el mundo. Ciertamente, como afirmaba san Josemaría Escrivá, para que haya paz en el mundo es necesario que haya paz en las conciencias y para eso nada mejor que la conversión permanente de cada uno de nosotros al amor.
Precisamente, deseo presentar ahora el trabajo póstumo del que fuera catedrático de comunicación de la Universidad de Navarra, el valenciano Esteban López Escobar (1941-2025), quien acometió este último trabajo de su vida con gran ilusión y una leucemia galopante que lo mató solo lograr privarle de ver el libro editado en la calle, pues unas semanas antes de fallecer nos había entregado el manuscrito perfectamente revisado.
El matrimonio Ortiz de Landázuri
Cuando un año antes acudí a él, como amigo de hace tantos años en Pamplona, y como postulador diocesano de la causa de beatificación y canonización de los Siervos de Dios Laura Busca Otaegui y Eduardo Ortíz de Landázuiri, no podíamos predecir este fatal desenlace.
En efecto, Esteban ya había preparado anteriormente dos ediciones de un libro biográfico sobre Eduardo Ortiz de Landázuri, el que fuera catedrático de patología de la facultad de medicina, decano y vicerrector de la Universidad de Navarra. La admiración y la amistad que se tuvieron en vida le permitió entrar a fondo en el alma y en la familia de Eduardo. Aquellas semblanzas tuvieron varias rediciones.
En el transcurso del tiempo y de la vida, Esteban había conocido y tratado mucho a su mujer Laura, una vasca de Zumárraga, siempre sonriente, farmacéutica, madre de siete hijos y una cocinera consumada.
Con ese bagaje y la perspectiva de que ya se había clausurado la investigación diocesana y que ambos procesos el de Eduardo y el de Laura, habían entrado en la fase romana, Esteban se decidió a acometer el trabajo.
El proceso de beatificación
Recordemos que ya se había entregado en el Dicasterio de las Causas de los Santos la “Positio” acerca de la vida, virtudes y fama de santidad de estos Siervos de Dios, y, por tanto, ahora solo quedaba esperar el juicio de la Iglesia y, mientras tanto, seguir difundiendo la estampa para la devoción privada.
Precisamente en la estampa para la devoción privada aparecen Laura y Eduardo unidos en una fotografía tomada en Granada cuando eran un joven matrimonio que estaba recibiendo con mucha alegría sus primeros hijos y, mientras, Eduardo se abría camino en la práctica de la medicina y de la enseñanza universitaria.
A Esteban le llamó la atención que le dijera que aparecían juntos, pues ambos estaban en proceso de beatificación y, por tanto, las gracias y favores que Dios Nuestro Señor en su particular providencia decidiera entregarnos, se les atribuiría a la intervención del matrimonio.
Por tanto, si un día ocurriese un milagro, mediante ese hecho podrían ser beatificados o canonizados los dos. Es decir que en las causas de matrimonio se produce el fenómeno de que con un milagro tienes dos santos.
La pregunta es obligada: ¿por qué la Iglesia exige dos rigurosos procesos de virtudes por separado de los dos conyuges y, en cambio, por qué con un solo milagro para la beatificación y otro para la canonización, obtendríamos dos santos? La respuesta que ha dado el Dicasterio para las Casusas de los Santos es bien sencilla: el matrimonio es un “lugar teológico”.
Aquí radica el origen de esta semblanza del matrimonio de Laura y Eduardo y, de alguna manera, también del homenaje a un catedrático, escritor y periodista como fue Esteban López Escobar.
La propuesta que le hice a Estaban era escribir la historia del amor entre Laura, Eduardo y Dios, pues como sabemos el amor matrimonial es cosa de tres, puesto que todo amor humano se fundamenta en el amor divino: “Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20).
La lectura atenta de este trabajo muestra como el amor humano es transformante. Efectivamente, las vidas de Eduardo y Laura y el entrelazamiento entre sus deseos de un amor y donación mutua aparecen a lo largo de este libro en forma de los hijos que son la cristalización del amor de los esposos en una nueva vida con la gracia de Dios.
Asimismo, de manera muy delicada, Esteban López Escobar va relatando el hacerse de las virtudes cristianas; la conjunción de la gracia de Dios y la correspondencia libre de cada uno de ellos y de los dos para reflejar en sus vidas el don de Dios de las bienaventuranzas y el cortejo de las virtudes morales.
Es cierto que los hombres no nacen santos, sino que se van haciendo santos mediante la gracia de Dios y el esfuerzo personal, pero también es completamente cierto que sin la gracia de Dios no podemos hacer nada. De hecho, en las anécdotas que se describen en este libro se muestra cómo este matrimonio, no sólo fueron felices y crearon un hogar luminoso y alegre sino que fueron trasformados por la gracia de Dios.
Laura y Eduardo. Una historia de amor
