Cine

Nefarius: una buena película sobre el diablo

La película Nefarius (2023) aborda la lucha entre el bien y el mal a través de la conversación entre un endemoniado condenado a muerte y su psiquiatra.

José Amable Durán·29 de abril de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos

La película Nefarius (2023), dirigida por los cineastas estadounidenses Chuck Konzelman y Cary Solomon, presenta con notable realismo una intensa conversación entre un condenado a muerte poseído por un demonio cruel e inteligente, y el psiquiatra encargado de evaluarlo en la prisión. La tensión narrativa se apoya casi exclusivamente en el diálogo entre ambos personajes, logrando una atmósfera inquietante y profundamente reflexiva.

El filme está concebido desde una óptica ecuménica, es decir, evita explícitamente cualquier referencia particular al catolicismo, como la intercesión de la Virgen María, los santos, los sacramentos o el sacerdocio ministerial. Sin embargo, el núcleo del mensaje es profundamente espiritual y gira en torno a la confianza absoluta en Dios, cuya acción salvadora es central. Así lo indica la misma enseñanza de Jesucristo en el Padre Nuestro: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal” (Mt 6, 13).

La crudeza del relato, por momentos difícil de soportar, parece orientada también a generar una reflexión seria sobre la abolición de la pena de muerte. En este sentido, la película puede leerse como un alegato en favor de la vida, en línea con la modificación del Catecismo de la Iglesia Católica impulsada por el papa Francisco.

Un debate moderno sobre el mal

La caracterización de los personajes y el ritmo de las secuencias logran captar de inmediato la atención del espectador, que se ve inmerso en un verdadero debate sobre el bien y el mal en el mundo contemporáneo. La película desenmascara los argumentos de la posmodernidad y confronta al espectador con una realidad espiritual que a menudo se ignora o se ridiculiza.

En este marco, emerge una gran paradoja: el demonio, Nefarius, habría trabajado desde la infancia del psiquiatra para influir en su alma, sembrando el ateísmo y preparando el terreno para que, llegado el momento, firmara una sentencia de muerte. La conversación entre ambos pone de manifiesto cómo la negación de lo espiritual (la existencia de Dios, del demonio, del alma) puede ocultar el verdadero drama interior del ser humano.

Konzelman y Solomon logran transmitir, con notable destreza, cómo el psiquiatra logra salvarse de la posesión al recuperar la fe y confiar nuevamente en Dios. Es precisamente esta invocación lo que impide que el demonio entre en él. Así, el camino del mal aparece como un proceso: comienza con la soberbia y el egoísmo, pasa por la desconfianza en Dios, y culmina en su negación o en la adoración de una imagen falsa, deformada por el mismo Satanás.

La película plantea, de forma clara y profunda, que el rechazo de Dios conlleva una incapacidad radical para enfrentar el problema del mal, tanto en el sufrimiento propio como en el ajeno. Y cuando se niega a Dios, el mal se vuelve aún más incomprensible y desesperante. No se pretende aquí resolver el problema del mal, sino exponerlo. Para una reflexión más amplia sobre esta cuestión, puede consultarse el reciente trabajo de José Antonio Ibáñez Langlois.

El misterio del sufrimiento y la libertad humana

Es importante distinguir entre dos tipos de mal: el mal físico y el mal moral. En cuanto al primero, basta recordar que la creación es un sistema natural en equilibrio, donde ciertos procesos implican dolor o destrucción, pero no por ello están desprovistos de sentido. Dios no es autor del mal, ni directa ni indirectamente. Ha creado el mundo con sus leyes naturales y siempre está presente para ayudarnos a dar un sentido trascendente a nuestras dolencias.

Respecto al mal moral —el pecado—, Dios lo permite porque ha querido ante todo que el ser humano sea libre, capaz de elegir el bien y, por tanto, de amar. La libertad, como recordaba san Juan Pablo II en Veritatis splendor, está inseparablemente unida a la Verdad, que es Cristo mismo: “Camino, Verdad y Vida”. De ahí que santo Tomás entienda la libertad como fuerza, san Josemaría como energía, y Edith Stein como el coraje del alma libre.

Una respuesta cristiana al sufrimiento

Finalmente, merece destacarse la lúcida exposición del sufrimiento que ofrece san Juan Pablo II en Salvifici doloris. Ante la gran pregunta que surgió tras el horror del Holocausto —“¿Por qué Dios ha permitido esto?”—, Benedicto XVI propuso transformar la reflexión en oración: “¿Por qué, Señor, has permitido esto?”. Y Juan Pablo II dio una respuesta cristiana y esperanzadora: el sufrimiento puede convertirse en vocación, en una participación en la cruz redentora de Cristo. Un misterio que no elimina el dolor, pero le da un sentido eterno.

El autorJosé Amable Durán

Obispo Auxiliar de la Archidiócesis de Santo Domingo, República Dominicana

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