Salvar a los jóvenes de las pantallas: la misión de la gente que lee

La misión ineludible de los verdaderos lectores: despertar en los jóvenes la pasión por los libros y rescatarlos del dominio absorbente de las pantallas.

19 de Setembro de 2025-Tempo de leitura: 3 acta
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©John Lockwood

En los colegios donde trabajo he visto adolescentes que leen. Existen. Sacan la novela en la hora de lectura, avanzan cuando están lesionados y no pueden hacer educación física. En el mejor de los casos, la rematan en la tarde, mientras esperan a que los vengan a buscar. En las tutorías que tengo con alumnos habitualmente rompo el hielo con este tema. (La Literatura es mi debilidad). Así he ido conociendo sus hábitos de lectura y con más de alguno nos hacemos amigos.

Frente a la pregunta: “¿Te gusta leer?”, algunos dicen que sí, y mucho, e incluso mencionan títulos sobresalientes. Pero son pocos. La mayoría responde algo como: “No soporto los libros obligatorios del plan lector, ahí busco resúmenes por Internet… pero a veces leo otras cosas por mi cuenta”. Ahí conectamos, y en cuanto mencionan títulos o personajes literarios ellos sonríen, respiran y una buena conversación empieza.

Pues bien, siguiendo la corriente a los adolescentes, he ido leyendo algunas de las novelas que ellos eligen por afición (acaso como parte de esos 5,5 libros que lee un chileno al año, según el reciente informe del Ministerio de las Culturas y del INE). Mi intención era hacerme una idea de su mundo y terminé disfrutando más que ellos: Maze Runner, Los Juegos del Hambre, Percy Jackson. Son novelas entretenidas, llenas de magia, fantasía o ciencia ficción que, efectivamente, aceleran el corazón y tienen fuerza suficiente como para iniciar a alguien en el hábito lector. Sin embargo, dejan con gusto a poco y a veces tienden a una brutalidad poco edificante.

“¿Te gustaría leer más?”, les pregunto luego. “Sí, pero las redes sociales me quitan demasiado tiempo”. Siempre terminamos ahí. Es ineludible. Haga lo que haga, la tutoría desemboca hacia la queja contra las pantallas, las dificultades para liberarse de sus tentáculos, las ganas de caminar ágiles, sin el peso de esa ancla de bolsillo. El móvil es el elefante en la cristalería de la educación. Por su culpa, la mente de los niños va perdiendo aptitudes para digerir historias más largas o menos adrenalínicas pero que ilustran zonas esenciales de la vida. Como se quejaba Gabriela Mistral en 1925, Chile es un “pueblo que busca la crónica violenta del delito, para recibir la sensación eléctrica, porque ignora el delicado estremecimiento de otras emociones”. En efecto, hoy los jóvenes beben abundante violencia en los best sellers: personajes que se ofrecen para competir en macabras competencias de vida o muerte, otros que luchan por su pellejo mientras intentan huir de un laberinto absurdo. Eso puede calificar como un inicio, no lo niego, pero temo advertir la posibilidad de que constituya también un techo.

¿Qué diría nuestra poetisa si estuviera entre nosotros? Probablemente esbozaría una discreta pregunta a los adultos: ¿En qué escala de prioridades ubican la formación de los niños? ¿Cómo les ayudan a ascender de la crudeza de Los Juegos del Hambre a la elegancia de un Verne, un Stevenson, un Tolstói? A continuación, quizá nos daría este consejo que esgrimió en 1935: “La faena en favor del libro que corresponde cumplir a maestros y padres es la de despertar la apetencia del libro, pasar de allí al placer del mismo y rematar la empresa dejando un simple agrado promovido a pasión”. De hecho, en el mismo escrito añadía que el desafío del educador consiste en: “Hacer leer, como se come, todos los días, hasta que la lectura sea, como el mirar, ejercicio natural, pero gozoso siempre. El hábito no se adquiere si él no promete y cumple placer”. Aquí está la clave para nuestra Premio Nobel: a leer se aprende disfrutando, y el niño necesita al adulto para que lo oriente.

La tarea de los educadores, por tanto, no consiste en exigir a sus alumnos un cierto número de libros leídos, o aspirar a superar el promedio de 5,5 libros anuales con cualquier título, sino en invocar la propia experiencia como lectores, irradiar ganas, compartir la enorme felicidad que recibimos de la creación literaria. Sin embargo, motivar es un desafío arduo, por la cantidad de zarzas que cubren la tierra. El enemigo principal, decíamos, es el teléfono: los niños tienen un aparato que diezma su atención, además durante el día y la noche, sin darles tregua, sin dejarles profundizar en nada, alejándolos de los clásicos de la Literatura.

En este sentido, la labor de los padres y profesores es más meritoria que antes: a ellos toca convencer por atracción, magnetismo, entusiasmo irresistible. Ya no basta con el docente normal, ahora necesitamos al héroe. Son urgentes esos hombres y mujeres con vocación de alentar a los pequeños para que saboreen las riquezas del folclor, el cuento, la novela, el buen ensayo. Hacer eso, sin duda, es mucho más difícil que cumplir una meta de cierto número de libros leídos al año. Pues solo consigue infundir el afecto por los libros aquél que, uno, ama los buenos libros y, dos, acompaña a los jóvenes en su lucha contra las distracciones. En último término, ellos quieren leer más, pero necesitan nuestra ayuda para lograrlo.

O autorJuan Ignacio Izquierdo Hübner

Advogado pela Pontifícia Universidade Católica do Chile, licenciado em Teologia pela Pontifícia Universidade da Santa Cruz (Roma) e doutorado em Teologia pela Universidade de Navarra (Espanha).

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